FÁTIMA

Fátima es una pedanía portuguesa perteneciente a Ourém, en la Sierra de Aire, a poco más de hora y media en coche de Lisboa. La localidad se llama Fátima porque éste era el nombre de la hija preferida de Mahoma, lo que obedece a la antigua ocupación musulmana de este territorio.

Su población es de algo menos de 12 mil habitantes y es conocida mundialmente por el fenómeno de las apariciones marianas, convirtiéndose en uno de los destinos más importantes de turismo religioso gracias al Santuario de Nuestra Señora de Fátima y la construcción de sus muchos conventos y monasterios católicos, y en la actualidad recibe a unos seis millones de personas al año. La historia se remonta al 13 de mayo de 1917, cuando tres pastorcillos locales (Lucía, Francisco y Jacinta), mientras estaban pastoreando en la cueva de Iria, presenciaron la aparición de una hermosa señora vestida de blanco, más tarde conocida como la Virgen del Rosario, enviada con un mensaje divino y con un llamamiento a la oración y al sacrificio, ofreciendo a los niños una serie de misterios o profecías que fueron reveladas en diferentes épocas. La Virgen siempre se aparecía el día 13 del mes en particular, de ahí la importancia de esta fecha. Y mientras que Jacinta y Francisco murieron años después de las apariciones, Lucía se hizo monja y murió a una avanzada edad. Sus cuerpos reposan en el Santuario de Nuestra Señora de Fátima, un hermoso y extenso lugar donde se concentran miles de visitas diarias y, sin embargo, no se producen aglomeraciones.

El pueblecito, discreto pero bello, respira tranquilidad y buenas vibraciones y su comercio principal reside, obviamente, en artículos religiosos. Llegar desde Lisboa en autobús es bastante fácil (hay autobuses todos los días del año cada hora, por algo menos de 40 euros de ida y vuelta) y me pareció una visita interesante para concluir nuestro nuevo viaje a Lisboa (ya había estado hace un par de años) y en esta ocasión fue del 6 al 11 de junio. A Fátima fuimos el 10 de junio, con llovizna y un cielo encapotado que acompañó a gran parte de la semana (algo, por otra parte, agradable, pues representaba un escape puntual del cálido verano español). En este viaje pude recuperar algunas de las fotos que había perdido en el accidente con el disco duro de 2016 (incluyendo las del impresionante Monumento a los Descubridores del barrio de Belén) y también pudimos subir al Elevador de Santa Justa, algo que no pudimos hacer la vez anterior por encontrarse en obras. Siempre hermosa, humilde, nueva y melancólica, Portugal tiene mucho que ofrecer a quien quiera acercarse hasta ella.